14.3.11

A veces lo que nosotros sentimos es el fin del mundo. Así me pasa a mí, así siento yo.
Hoy estoy bien, felíz, no me falta nada. Mi sonrisa brilla encandilando sobre mi cara, eso a las dos de la tarde. Llegan las dos y diez, y soy la peor, la que siempre se equivoca, la que no sirve para nada, la persona más triste del mundo, la que no le encuentra solución a nada, la peor pesimista. Yo no entiendo, no logro comprender, como teniendo dieciocho años, hay días (de 365 al año, 225), puedo llegar a pensar en que no quiero vivir más, en que soy un punto totalmente insignificante, por no decir invisible, para toda la sociedad, para las personas que me rodean, para toda la sociedad que habita en mi ciudad. En mis país, en el mundo.
Por suerte, estoy lúcida, puedo deducir cuál es la realidad. Y la realidad es que tengo personas que me quieren, no serán muchas, pero son fieles. Tengo a mi novio, que me ama. Lo sé, me lo demuestra, claro.. lo sé cuando estoy fresca, no cuando entro en crisis.Y mi mamá, que es excepcional, pero siento que no alcanza.
Es tan feo sentirse vacía, sola, distorsionada.. siento que estoy dentro de una tele en blanco y negro, viéndome a rayitas, casi sin señal, sin claridad. DISTORSIONADA, perdida, desamparada. Lo único que siento, son lágrimas, un nudo en la garganta, y muchísimas ganas de llorar.
Nadie me entiende, nadie me escucha, nadie me habla, a nadie soporto. Los detesto, no los banco.
Eso me pasa, aunque estén dentro de mi corazón, cuando mi personalidad cambia, no conozco, no entiendo, no escucho, no me importa nadie..

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